23 agosto 2006

De esperas

Caminé sin mirar atrás. Anduve recta todo el camino, intuyendo la larga espera que me tenía preparada el destino. Deseé por un instante que reaccionaras y salieras corriendo y me dijeras que parara, que andaba en sentido contrario. Que me diera la vuelta y caminara hacia ti, y que no dejara de mirarte a los ojos mientras tanto.
Cuando recorrí el trayecto suficiente como para darte por perdido en la lejanía, me senté. Y así, esperé con paciencia una hora, un día, un mes, un año…Durante ese tiempo, mi alma se llenó de soles de esperanzas vanas y también de llantos de ilusiones perdidas. Mi cuerpo sintió el calor de tus manos tomando las mías, y mis oídos escucharon tus voces llamándome al cobijo de tus alas tibias. Envejecí una luna y un sol, y otra y otro…y cuando por fin comprendí que jamás llegarías…me negué a dejar de esperar y traté de convencerme de que sí sucedería tarde o temprano. Y me levanté y eché a andar un camino sin rumbo, contando las estrellas que pasarían antes de volverte a encontrar, y sin dejar de sentir el calor de tu mano invisible.

Amartya, 6 de Agosto de 2006
(El Autor de lafoto es el fotógrafo Robert Minnick)

09 agosto 2006

De la indiferencia y la solidaridad

De la Indiferencia

Javier Bauluz (UPIFC).Una pareja de bañistas observa indiferente el cadáver de un inmigrante ahogado tras el naufragio de su patera.Zahara de los Atunes (Cádiz), otoño de 2000.

Cuando Javier Bauluz, captó esta imágen, se produjo un shock en la sociedad española. Riadas de inmigrantes cruzaban el estrecho a diario buscando una esperanza y muchos dejaron la vida en el camino. La oleada era tan abrumadora que lo que en principio sorprendió y llamó la atención luego se conviertió en una rutina casi hasta molesta, una costumbre. Pero esto fue un impacto, porque se sabía de muchos que no llegaban a la otra orilla ni con un aliento para darse cuenta de que habían conseguido cruzar, pero no que eso se captara en una foto y que demostrara nuestra impasividad ante tales hechos. No somos así¡¡ pensó gran parte de los españoles, no somos tan crueles, tan inhumanos. Incluso se llegó a acusar a este fotoperiodista de trucar la foto. Y se abrió un debate moral.

En esos tiempos, el Premio Nobel José Saramago escribió en La Vanguardia este artículo:

Llamado por la muerte

por Jose Saramago, Premio Nobel de Literatura.

Cuando Javier Bauluz bajó a la playa de Zahara ya sabía que se
iba a encontrar un cadáver. Javier Bauluz es fotógrafo, en sus cámaras tanto
caben besos como cuerpos destrozados. Si los besos se tornaron indiferentes por
la vulgaridad y monótonos los muertos por la multiplicidad, la culpa no es suya.
De él se espera que retrate lo que ve, no lo que le gustaría ver. En septiembre
las playas están llenas de bañistas. A veces las olas traen un aguamala, un
pecio, una concha partida, una bola de alquitrán. La concha y los pecios pueden
interesar a artistas y coleccionistas del ready-made, el alquitrán y la aguamala
hay que retirarlos con prontitud para evitar las justas reclamaciones de los
turistas de fuera y de dentro. A veces es un ahogado quien recala a la costa,
alguien a quien nadando le faltaron fuerzas o ya no las tenía cuando la patera
se hundió. Entonces tres cosas pueden suceder ante el muerto tendido en la
arena. Que los bañistas acudan y lo rodeen compasivos, pero eso no durará mucho
porque la compasión, como sabemos, se cansa fácilmente. Que los bañistas,
tocados en su sensibilidad, enrollen la toalla y regresen a casa, pero eso
significaría perder las últimas horas de playa porque, como igualmente sabemos,
el mundo va a acabar mañana. Que los bañistas sigan en lo suyo, ya que el
muerto, muerto está, y, si es verdad que durante unas horas será un deslustre
para la playa donde arribó, no la deslustrará más que la impertinencia del
alquitrán, de la concha partida, del pecio y la aguamala. Y es en ese momento
cuando aparece Javier Bauluz. Viene a realizar su trabajo. En otra ocasión tal
vez lo atraería la translucidez de la medusa, la tabla mojada por los océanos,
la cáscara vacía, el chapapote viscoso, hoy ha venido llamado por la muerte. No
tiene la culpa de que los bañistas no se hayan retirado o de que no lloren
alrededor del cadáver. Hace su trabajo, fotografía lo que allí está, el muerto y
los vivos, fotografía tantas veces cuantas considera necesarias, desde tantos
ángulos cuanto el arte de la fotografía prevé, admite y enseña. Dirá con sus
imágenes lo que todos ya sabíamos: que los vivos, por la simple razón de que
todavía están vivos, repelen automáticamente la evidencia de la muerte, incluso,
o sobre todo, cuando la tienen ante los ojos o al alcance de la mano. Un día
escribí que el muerto es el mejor amigo del vivo. Aquél cadáver en la playa era
un amigo que venía a recordarnos que estamos siempre a la vera de morir, que no
vale la pena que volvamos la cabeza hacia otro lado, porque la muerte puede
estar a punto de tocarnos el hombro diciéndonos: “Estoy aquí”. Javier Bauluz
bajó con su cámara a la playa y dijo: ”Está ahí”. Pero nosotros preferimos hacer
como que eso no nos atañe, aprovechamos la última caricia del sol para
sumergirnos otra vez en las olas, intercambiamos unos besos más y unas caricias
con quien nos acompaña, nos tomamos unas cervezas, o un helado de vainilla,
exclamamos: “Una tarde espléndida”. Y somos inocentes, no hemos hecho mal a
nadie. Lo vivos se justifican siempre, realmente no sería sensato exigirles que
a todas horas vuelvan la cabeza hacia este lado, el del dolor, el de la miseria,
el de lo que podía haber sido y no será.

Javier Bauluz sólo es reo de un delito:
el de creer que podíamos ser de otra manera. Honra le sea dada, por eso
.

Publicado en el Magazine de La Vanguardia, 2 de Marzo 2003

Yo era una de tantas que creía que éramos de otra manera. Eso ocurrió en el sur de España, pero más al sur, al compás que aumentaba el goteo de africanos llegados de la mar, se iban levantando desde algunos sectores ciertas iras con toques xenófobos imposibles de creer en esta tierra históricamente emigrante.

Me rebelé ante esa evidencia, no¡¡, nosotros no somos así, no podemos ser así, y pasé tiempos frustrada, porque no podía consentir que mi pueblo, aquel que desde que se tiene referencias históricas fue un ir y venir de culturas, y conocido siempre por su hospitalidad y la humidad de sus gentes ...brotaran tales animadversiones.

Y hoy me alegra decir que quizá no podamos cerrar los ojos tan facil ante la tragedia ajena, y quizá cuando alguien ve a un semejante en peligro o sufriendo no pueda volver la vista y continuar tomando sol como si nada y se lancen a socorrer a unos hombres en apuros con lo poco que tienen al alcance de las manos.

Quizá los que hace unos años creímos que éramos de otra manera, nos podamos sentir fugazmente felices porque unos marineros de Santa Pola pusieron sin querer en evidencia las sinrazones de los Estados y, porque los bañistas de la playa de la Tejita no pudieron mirar hacia otro lado.

Yo al menos sí me siento feliz y más, si cabe, por ser en mi tierra y ser mi gente.

Quizá mañana tenga una nueva razón para frustrarme, pero también estoy segura de que si este hombre estuviera en esa playa mañana y a ella arribara otra barca, volvería a hacer lo mismo sin pensar que se cansó de compadecerse del dolor ajeno.

Amartya, 10 de Agosto de 2006

De la Solidaridad

EFE. Playa de La Tejita. Tenerife. Islas Canarias 31 de Julio de 2006.


07 agosto 2006

De cuentos infantiles


Sentada aquí estoy tratando de hilar algunas letras. Escribir siempre fue fácil para mí. Bueno más bien empezó a ser fácil con once años. A esa edad disgregaron mi curso en el colegio, separándonos en distintas clases, y sometiéndonos al primer contacto con el mundo real. Nos encontramos de pronto con clase nueva, con compañeros distintos y perdiendo nuestra casa en el colegio, nuestro grupo de la infancia. Los cuantos que entramos nos mirábamos con el mismo sentimiento de de desarraigo e inseguridad, y confortados al tiempo porque estábamos juntos en esa empresa (“menos mal que no fue a mí solo al que cambiaron”). Claro que todo eso quedó en nada a los diez minutos, en cuanto comenzaron las interlocuciones con los nuevos compañeros. Que fácil es para los niños adaptarse a las nuevas situaciones tan rápido.

Ese año supe que se sentía arrojando letras con el alma en la mano, y todo gracias a mi profesora de lengua, que aunque dijera “endormir”-algo que yo no comprendí hasta años más tarde- fue la que prendió la lucecita en mi interior. No me enseñó a unir palabras y frases que quedaran bien expuestas, no me enseñó a escribir, tan solo y únicamente me abrió la puerta a un mundo y a unas aptitudes propias hasta ese momento desconocidas para mí. Ya sabía componer e hilar frases, aunque no fui consciente de eso, hasta que entendí el sentido de la palabra escrita y qué quería expresar con ella.

A esa edad me “hice señorita” como solían decirnos antes, y fue cuando comprendí que ser niña era maravilloso, pero también un rollo soberano.

A los once también sentí mi primera muerte cercana con la suficiente madurez mental como para comprender que aquella persona solo viviría en mi recuerdo, y que no compartiríamos ya jamás nuevos cuentos salvo los que yo quisiera compartir en mi pensamiento. Sin embargo, una mente aún inmadura para encajar el dolor y la ausencia, dejándome una huella marcada a hierro candente el resto de la vida.

A esa edad no quise regresar al Hoyo del Ron, y aún me pregunto una razón consciente y es una de las mayores incógnitas de mi vida. Recuerdo ese lugar con la felicidad que provoca la inocencia de mis ojos de niña. Es mi vida de infancia, rodeada de intelectuales de izquierda con la pasión propia de los que vivieron amordazados desde que vieron la luz por primera vez y sus ansias de libertad. Mientras ellos resolvían el mundo, yo y los otros pipiolos recorríamos ese oscuro pasillo lleno de humo, vaho, sudores y olores y pasábamos las horas muertas entretenidos con la imaginación - Me río cuando pienso en los tiempos actuales. ¿A qué padre de condición se le ocurriría llevar a su hijo a semejante antro infectado de impurezas?. Y, ¿qué niño de estos tiempos aguantaría tardes enteras en ese sitio sin quejarse?-. Éramos distintos…..yo podía esperar horas sin rechistar en un laboratorio de química viendo a mi padre hacer “juegos de colores” o “zumos de naranja”, y ayudándole a componer las hojas de los filtros. El sabía engañarme por supuesto, utilizando mi inocencia como su mejor arma para no agotar mi paciencia infantil. En el Hoyo aprendí, cuando aún mis ojos no podían atisbar ni un ápice de lo que se servía en la barra, mi nombre completo, el de mis padres, mi número de teléfono y la dirección de mi casa con puntos y comas, y me lo hacían repetir una y otra vez, y cada acierto era una celebración. Supe que mi nombre era ruso, y aunque no supiera dónde quedaba aquello, el simple hecho de que lo festejaran me hacía enorgullecerme de él en cada brindis.
Así que con todos esos recuerdos, no acabo de comprender y mi mente no me acaba de aclarar por qué razón no quise volver.
El caso es que no regresamos ninguno de los hijos de los insurrectos, comunistas, socialistas, anarquistas, marxistas leninistas…. Soñadores de la Democracia.
Durante años pasé de largo ese local mirando siempre de reojo aquella entrada, y fue dos décadas más tarde cuando, una mañana de tantas me paré delante de esa puerta y algo que tampoco sé el qué, me impulsó a entrar. Estaba diferente, ya no era un tubo oscuro, sino en forma de “ele” y con mesas y sillas de pino con impecable barniz. La tarima inútil donde nos entreteníamos saltando había desaparecido y las luces halógenas le daban una claridad que en nada se parecía a antaño. Me encontré a Mandy, una de las tantas asiduas al Hoyo en aquellos años, que con una sonrisa en la cara se levantó a recibirme, lo que le dio un cierto aire de familiaridad. Me di la vuelta y me acerqué a la barra- eso sí que no había cambiado- y lo vi a él. Estaba igual, su pelo corto, espeso y rizado, pero ya cano, impecablemente blanco, como el que lucía su padre veinte años antes. Con cierta incredulidad y timidez le pedí un barraquito. Mientras terminaba de lavar vasos usados, levantó dos veces la vista y, con una sonrisa cómplice, me dijo:
._ ¿Cómo estás?
Sorprendida y cercana al rubor le pregunté:
._ Usted… ¿se acuerda de mí?
Y con la misma complicidad me contestó:
._ Pues claro, mi niña, claro que me acuerdo de ti

Amartya, 6 de agosto de 2006
(La Foto es del lugar donde nací, El Valle de Aguere y la tomé prestada porque siempre me gustó esa vista pese a que ya no sea la del valle agrícola que se divisaba cuando yo tenía once años).

02 agosto 2006

De la Paz y de la palabra

Aquellos que creemos en la magia de la palabra
gritemos al mundo que ya basta
gritemos a esas almas perdidas y obcecadas
que no más vidas rotas
no más almas truncadas
no más palabras silenciadas.
Amartya, 2 de Agosto de 2006

Dos ejemplos de cantos a la paz protagonizados por Pablo Picasso y Pedro Lezcano:

Oda a la muchacha de la paz

Yo vi mi luz primera en unos ojos
serenos de muchacha.
Y si nacer es ver la luz primera,
mujer, tú eres mi patria.
Aprendí desde entonces
que mi patria era hembra y era ancha
y que en su vientre, henchido de futuro,
estaba la esperanza.
Cuando digo mujer digo sus hijos
y digo el agua clara que los baña
y digo el horizonte al que se asoma
cuando espera mi vuelta en la ventana.
Cuando digo mujer digo mujeres
en todas las ventanas asomadas
sobre las anchas tierras
que junto al hombre labran…
Dulce muchacha América,
dulce señora África,
dulce mujer Europa,
dulce novia Canarias.
Mi patria es cualquier sitio
donde la paz se asoma a la ventana.
Y no donde los hombres y los buitres
viven de la carroña y la guadaña,
donde los carniceros de la guerra
venden a bajo precio las entrañas.
¡Hay que matar la muerte,
ganar a la violencia la batalla!
Por la muchacha universal que espera:
su corazón es un tambor que llama.
Compatriotas del amor, unámonos
en el himno de amor de su palabra,
bajo el mando estrellado de sus ojos,
tras la bandera limpia de su falda…
Pedro Lezcano